miércoles, 23 de julio de 2008

La forma del pensar

La forma del pensar en do menor:

He descubierto mi primer odio. Lo hice oyendo una canción. Había acabado de peinarme a tientas para poder verme en el espejo y dar algunos retoques a mi casaca de algodón. Y no pude contener el espanto al recordar que jamás me había peinado del modo en que me descubrí en los cristales reflejos. Mi rostro demacrado se parecía a los de todos, todos quienes llevan la sinceridad de la mentira tan puesta como el mismo rostro, imborrable ni con lágrimas. Mi vida proyectada en aquel espejo era el comienzo de la nota triste en una voz desnuda que recordaba las antiguas caídas de agua en mi inocencia. La hipocresía de los ingratos parecía desbordarse en mi boca llena de laceraciones. Y las manos las tenía empapas en la más horrenda licuefacción de hedores hediondos y restos nauseabundos.
Era como todos. La ingrata humanidad de los siglos me transformó sin siquiera percibirlo. Jamás oí el reloj de las seis de la mañana. No encontré la limpidez de unos ojos negros que incendian la vida en alegrías. Nunca las manos de quien se porta mal contra las tardes de sol. Ni la maldición del ave que vuelve volando al inicio de su continuo peregrinaje, por cortarle las ramas, por arrancarle las alas.
Habíame paseado en los supermercados viendo los reflejos de mi cuerpo perderse en la silueta plateada de un mostrador de metal pulido. Mordido el pan ajeno de cada día, injuriado a mi hermano por algún juego de los tiempos. En casa mi voz era la más grisácea. A veces extrañaba a mamá y a veces al mar de los sepultados, la ola donde se pasea la inmundicia de la gente, espumosa. La tierra de los campos serranos donde quiero que me entierren desnudo y sin misas. El aire de los condenados a moverse rapazmente y sin ángeles de esperanza.

Mi maldita vida de plástico se peinó con aquella nota mortal y creí experimentar la metapsicosis inversa de la condenación al mundo y sus bajezas, execrando cada límite de mi cuerpo, tan espantoso como una iglesia de pecadores y un cura de dolor fingido; tan sucio y despreciable como aquel idiota indiferente que se sienta a la derecha de la ciencia y ruega mi perdón de voz. Dios no debería rendirse ante mí. Otro mortal con espada, otro nuclear insensato que muerde la piel del leproso agonizante y ensangrentado. Balas y urra, conciencias y lastre demagógico en las palabras del expreso. Otro café para mi mesa, otro poco de paz regurgitada de los vientres inocentes que demuelo a besos. Mi expresiva cintura zarandeando la ramera finisecular que fui y seré por condenación y regocijo mío.
Cuado me enseñen a respetar y responder con aciertos de bien, musitaré cualquier vaga ocurrencia y trataré de traerme a quien me opone a las oportunidades de mis atributos tiernos. Sabré como trepidar las posturas de mis adversarios y si experimento resistencia no hay mejor arma que mi vicio tumoral: el mal. All time.

Y quién querrá soñar, si soñar es idiota, si verse al espejo como yo lo hago es sólo para verse perfecto ante los que inquinan que tienes la media derecha agujereada o que no te bañaste y por ello mantienes el mismo cuerpo humano oloroso de siempre y por cortes de agua en la naturaleza. Y pensar que mi zapatilla de porcelana fyna, desdoblada y grumosa, sufrida por los años y el continuo desgaste fue más comentada que mi sinceridad frente a un desayuno magro de agua con azúcar que comparto con los habitantes del cerro.
Y otra vez la injusticia de mi pasajero homo echo. Maldito el que maldice (ya no pudo contar con mis maldiciones y ni conmigo).

A imitación de Cristo un hombre puede vivir

A imitación de Cristo un hombre puede vivir


A imitación de Cristo un hombre puede vivir
pobre en la pobreza
de ir dando lo que no tiene
y sin modelo augusto no poder ser sesgo
aunque valiera un milagro
sin aparecérsele el tormento
del castigo en madera encarnado,
aunque todos dijeran que más
y esperasen la llamada del perdón.

A imitación de un hombre
en abundancia escribe la silueta
del pueril maestro
que tintinea los huesos en cabestro
la alquimia pura del abominable
secreto de los verbos
sin poder ser o resignarse nuevamente
a la pregunta de si le sigo.
Lo esperaría aunque no volviera pasar.

Copia o sombra, pez o mar
sin tener la profética misión
de acercársenos entre los siglos del fuego
a esta puerta mía donde se sufre
la punta del tormento que pasando vive
cadavérico y glandular
por donde no puede pasar su palabra
a esta lengua mía que después
sé que lo rechazará en comunión.

A imitación no.
A verdad. Alguna vez se dejará
volver su mancha de mandamiento
para que no se nos pueda borrar
el intento de su hombre
que quiso ser como yo y ella
la primera piedra en ser lanzada.

martes, 22 de julio de 2008

Escrito

El adiós

Habíamos pasado la última tarde sobre rodeos antiguos, callados cada cuanto, sumergiéndonos en los reflejos de la empañada ventana mojada por cientos de diminutas gotas. Ella y sus recuerdos, la alegría que tuvo al verse descubierta feliz y dichosa. Yo, la pena de contemplarla así por primera vez.
Antes caminamos sumidos en el pensamiento de un hermano, de un compañero de batallas incesantes y aún continuas. La vida es dura, la vida es una mierda le oímos decir alguna vez. La vida no era dura, sólo era vida al fin, pero no nos importaba. Y en ese recuerdo laxo, nos adormilamos ya sentados en el asiento de un bus vaporoso, dijimos su nombre y desviamos la conversación por el sendero de las apreciaciones y la novedad creciente en nuestros días de estudio. Me dijo sentirse cansada. La vi suspirar con desgano. Hacía frío de veras, Lima vestida de invierno.
Al volver a tomar otro bus para llegar a casa notamos avanzada la noche, las pistas mojadas y todos los vehículos salpicados por una amarronada viscosidad terrosa, sucios como calles y gentes. Bajo el puente, los transeúntes no podía distinguirse nítidamente, la lluvia los cubría con su fino y delgado velo transparente; y el frío.
Qué de los ojos bajo la lluvia, si no hay alegría en la mirada.
Ya cerca de casa, contome que un dolor insistente laceraba su cuerpo. Entristecido callé y no supe aparentar. Después de aquella confesión no pude recordar todo lo que habíamos hablado durante el transcurso del viaje y nada más divagué insidioso en el pensamiento de su vida. Comprendí al fin sus tristezas, supe que debería ser al menos un apoyo tutelar y amigable para con sus quehaceres o aunque sea para su voz.
En ello, descendió del bus, la miré emprender los pasos hacia su casa. Me quedé con todas sus penas, intenté consolarla en mi memoria, pero solo una fina insinuación de lágrima ahogó mi mirada y me perdí en la vaguedad del instante. Sería la primera vez en comprenderla y la última en tenerla.

Es el adiós, lo sé. Hoy comienza la contrapartida de mi vida. Quizá no la vuelva a ver, quizá ni la recuerde. Pero al fin quedará grabada en un día del tiempo, la primera vez que se vio y viéronla alegre, hasta feliz me atrevería a decir. Mañana emprendería el viaje.

…Hoy recuerdo nuevamente: sentado y con una taza de café contemplo el frío, la sensación mortuoria de aquella tarde, la insipiente llovizna limeña. Yo divorciado y mi amiga sin mí. Son estos los años del frío, los del fin cercano.

Invierno

Sensación de noche invernal…

Me aproximo al balcón de casa y diviso cercano el frío nocturno, la ciudad, sus luces y sus pálidos habitantes se consumen involuntariamente bajo la frígida humedad estacional. El gélido instante orada insinuante fragmentos de mi rostro, los ojos fríos, el alma fría se precipitan hasta donde llega el pensamiento y encuentra mi isoforma existencia dispersada en los años que discurrieron sin aliento por mis frágiles manos.
Mi vida en el frío y en el instante en el que veo y presiento en el balcón expuesto, es la glacial estocada del misterio extraterreno; tan sólo en mi mirada se proyecta el halo maravilloso e inútil de mis tristezas e irrigo con escenas añosas el lastre de mi feneciente alegría.
¡Qué extraña la noche del frío en casa! Qué difícil volverme a sentir mío; en tanto, mientras me disoluto, los espíritus del tiempo flotan disidentes y farragosos granjeando mis últimos suspiros, la noche calla y traiciona implacable. Tras la negrusca transparencia precipitada, laso y mártir irresoluto no logro cumplir mi ideal.
Me quedo en el balcón de casa, sin lágrima alguna, sin palabra, sin saber dónde estás.

Bailarina fuera de control

Bailarina fuera de control 1

Pienso penoso en la forma de tus pies,
tú no pudes hablar sin ellos,
cualquier pista es indigna de hacerte resbalar
en un leve movimiento por los aires
que la voz respira
para gritar con desgarro.
Pero tú sabes como hacerlo bien,
por la altura de tus dedos
sumergidos en la mies
que es mucha donde caminas, donde bailas
hasta hacer desaparecer
el último rezago de huellas antiguas
que estuvieron predestinadas a extinguirse
por la acción rosada de tu fama
y la continua posición de tu baile
en los salones y en las conciencias.
La pobre pobrecilla alineación
de segundos en el suelo
sería suficiente para mover los cielos
con los ojos cerrados
o a medio cerrar la luz para verte
donde una vez te soñó un ave
y las melodías se enquistaron adormecidas
hasta la posibilidad de tu falda
que estiró la inocencia de una vida.
Miro y no dejo de mirarte
sorprendido hasta la pregunta
por saber donde estás así girando,
dando pasos sobre tus cisnes azules
o demorando el inicio
de una puesta de sol en mi boca.
Pienso y tú sabes moverte
de esta línea tuya hasta no sé donde,
lugar en el que continúas subida
sobre el tiempo y no piensas detenerte.

No habíamos podido apartar las miradas de los cristales

No habíamos podido apartar las miradas de los cristales
cuando disminuyó la oscuridad de la mañana,
el sol cayó luminoso sobre nuestros cuerpos,
no habíamos dejado de mirar los cristales
nunca lo habíamos hecho aún;
y el sol invadía amarillo todo,
en mis ojos divisé su reflejo escarchado,
trató de reconocerme, pero la luz de su mirada
opacó la tenue intensidad de mi reflejo;
bajo la larga desordenada hilera de sus cabellos
descansaba casi oculto su rostro,
lo recordaba tantas veces desde hacia tres años,
pero esa mañana ella era la de siempre,
había querido su reflejo en todas partes,
había pintado de huellas sus manos,
nos habíamos cruzado entre la neblina.
Aquella mañana, ella descubrió mi reflejo
como lo hice en abril,
mientras otoño se aromaba en cielo y la lluvia,
los mismos cristales, pero hoy el sol,
sus propios ojos, pero ahora ya la mirada.
Permanecía yo en el reflejo,
ella apartaba la mirada de los cristales,
adelante estás seguro, parecía decirme,
adelante, en la ausencia,
lejos, silenciado.
Y el del reflejo no soy yo, es ella
quien se ha visto ver por mí
hace años, en el mismo cristal,
con el mismo sol, donde yo no había podido
apartar la mirada, pero ella dejó fluir la luz.